LA MIRADA INTERIOR
“Usando la palabra como balsa para cruzar a la otra orilla…”¡Vivir…es admitir!
La rendición o la aceptación podrían tomarse como palabras que trataran de dar significado a la misma actitud vital ante lo que percibimos y experimentamos. Pero no es así.
En la rendición va inmerso un sentimiento de derrota y de imposibilidad de alcanzar algo: un objetivo previamente fijado o de la incapacidad de asimilar… algo imprevisto.
En la aceptación, se infiltra la sensación de una actitud forzada. Planea un aspecto condicional y evaluador de la conveniencia de adoptar, con el concurso de la voluntad, esta actitud.
En cambio, admitir puede señalar mejor, en la implícita certeza de la dualidad de todo lenguaje, una esencial actitud de capacidad para el fluir de la Vida; para ser conscientes pero estar desapegados de los personajes que vamos “interpretando” al vivir. Esta nuestra persona que se va componiendo y descomponiendo con los continuos sucesos que nos atraviesan; muchas veces de forma inesperada y otras incluso previstas o previsibles. Cuando se admite no hay lucha ni resistencia, sino un espacio de sosiego, de vaciamiento del ego y de paz interior.
Admitir es vivir y vivir es estar disponible. Estar disponible es haberse zafado de la tiranía del ego y comprender que es la Vida Cósmica la que nos sostiene. Somos un cauce para la Vida, pertenecemos a la Vida, la Vida no nos pertenece y no podemos planificarla, eso es un autoengaño. La Vida es inmensa e inconmensurable, abarca todo cuanto percibimos y mucho más allá. Es ajena a cualquier clasificación y la percepción de cuanto nos acontece no son más que reflejos, más o menos distorsionados por nuestros condicionamientos y apegos, de una realidad incondicionada.
Vivir, es como el discurrir del agua por el cauce de un río, que va reflejando el cambiante paisaje de sus orillas y tiene siempre capacidad para ir reflejando todo cuanto va apareciendo. No importa lo que sea, en el siguiente tramo del cauce del río, el reflejo será otro. El agua quizá tome nuevas tonalidades, pero su naturaleza permanece inalterable. Continúa su curso. Cumple su función en la Vida Cósmica: Esa realidad que fluye también en una dimensión profunda a la percepción y que enlaza con la verdadera naturaleza de las cosas, en la que también están los reflejos, pero como reflejos.
Si el río dejara de ser cauce para el agua y esta no pudiera fluir, se quedaría estancada y solo reflejaría un determinado paisaje, un “cuadro muerto” prisionero del estancamiento.
El río ya no sería río. La “Vida estancada” no es la Vida. Es entonces cuando aparece la película que tomamos por “ nuestra vida”, el apego, el ego que todo lo llena, la ilusión, la mentira y el sufrimiento. Una irrealidad, un imposible, una película que deslumbra la verdadera naturaleza de las cosas, del río, del agua, de la Vida Cósmica, de lo que “es” y simplemente “es” de forma inexpresable.
Por “eso” la Vida es admitir y vaciarse continuamente de una forma natural, siendo amplio y limpio cauce, dejando que corra el agua, dejando ser. Primero conscientemente-despiertos-, hasta que llegue a ser inconscientemente conciente-liberación-.
Siempre será el personaje, la persona la que viva los reflejos del paisaje, los acontecimientos de la Vida. Y solo la dicha y la alegría infinita de Ser y no ser, permanece inmune al pasajero sufrimiento de un paisaje demoledor o al placer de un gustoso paisaje.
Nuestra vida es una película en la que hay escenas de todo tipo. Un sueño, o, si queremos, un sueño tras otro, hasta que caemos en la cuenta de ser los actores y no el personaje…Y somos, entonces incluso la película y los sueños cobran sentido en ese admitir y reconocer lo que somos.
Claro está esto no son más que palabras, son como la balsa para cruzar a la otra orilla o como el dedo que señala la luna, o como el sonido de la cascada, habiendo servido como medio, han de abandonarse por completo. Se mueven en otro nivel. Queda andar por la otra orilla. Contemplar la luna. Sumergirse en el silencio…Queda descubrir por uno mismo la Realidad, libre de palabras confusas y de fantasías flotando en la memoria.
En la rendición va inmerso un sentimiento de derrota y de imposibilidad de alcanzar algo: un objetivo previamente fijado o de la incapacidad de asimilar… algo imprevisto.
En la aceptación, se infiltra la sensación de una actitud forzada. Planea un aspecto condicional y evaluador de la conveniencia de adoptar, con el concurso de la voluntad, esta actitud.
En cambio, admitir puede señalar mejor, en la implícita certeza de la dualidad de todo lenguaje, una esencial actitud de capacidad para el fluir de la Vida; para ser conscientes pero estar desapegados de los personajes que vamos “interpretando” al vivir. Esta nuestra persona que se va componiendo y descomponiendo con los continuos sucesos que nos atraviesan; muchas veces de forma inesperada y otras incluso previstas o previsibles. Cuando se admite no hay lucha ni resistencia, sino un espacio de sosiego, de vaciamiento del ego y de paz interior.
Admitir es vivir y vivir es estar disponible. Estar disponible es haberse zafado de la tiranía del ego y comprender que es la Vida Cósmica la que nos sostiene. Somos un cauce para la Vida, pertenecemos a la Vida, la Vida no nos pertenece y no podemos planificarla, eso es un autoengaño. La Vida es inmensa e inconmensurable, abarca todo cuanto percibimos y mucho más allá. Es ajena a cualquier clasificación y la percepción de cuanto nos acontece no son más que reflejos, más o menos distorsionados por nuestros condicionamientos y apegos, de una realidad incondicionada.
Vivir, es como el discurrir del agua por el cauce de un río, que va reflejando el cambiante paisaje de sus orillas y tiene siempre capacidad para ir reflejando todo cuanto va apareciendo. No importa lo que sea, en el siguiente tramo del cauce del río, el reflejo será otro. El agua quizá tome nuevas tonalidades, pero su naturaleza permanece inalterable. Continúa su curso. Cumple su función en la Vida Cósmica: Esa realidad que fluye también en una dimensión profunda a la percepción y que enlaza con la verdadera naturaleza de las cosas, en la que también están los reflejos, pero como reflejos.
Si el río dejara de ser cauce para el agua y esta no pudiera fluir, se quedaría estancada y solo reflejaría un determinado paisaje, un “cuadro muerto” prisionero del estancamiento.
El río ya no sería río. La “Vida estancada” no es la Vida. Es entonces cuando aparece la película que tomamos por “ nuestra vida”, el apego, el ego que todo lo llena, la ilusión, la mentira y el sufrimiento. Una irrealidad, un imposible, una película que deslumbra la verdadera naturaleza de las cosas, del río, del agua, de la Vida Cósmica, de lo que “es” y simplemente “es” de forma inexpresable.
Por “eso” la Vida es admitir y vaciarse continuamente de una forma natural, siendo amplio y limpio cauce, dejando que corra el agua, dejando ser. Primero conscientemente-despiertos-, hasta que llegue a ser inconscientemente conciente-liberación-.
Siempre será el personaje, la persona la que viva los reflejos del paisaje, los acontecimientos de la Vida. Y solo la dicha y la alegría infinita de Ser y no ser, permanece inmune al pasajero sufrimiento de un paisaje demoledor o al placer de un gustoso paisaje.
Nuestra vida es una película en la que hay escenas de todo tipo. Un sueño, o, si queremos, un sueño tras otro, hasta que caemos en la cuenta de ser los actores y no el personaje…Y somos, entonces incluso la película y los sueños cobran sentido en ese admitir y reconocer lo que somos.
Claro está esto no son más que palabras, son como la balsa para cruzar a la otra orilla o como el dedo que señala la luna, o como el sonido de la cascada, habiendo servido como medio, han de abandonarse por completo. Se mueven en otro nivel. Queda andar por la otra orilla. Contemplar la luna. Sumergirse en el silencio…Queda descubrir por uno mismo la Realidad, libre de palabras confusas y de fantasías flotando en la memoria.
Comentario de prueba por Paco Román
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